En lo más profundo de un reino olvidado por el tiempo, donde la naturaleza se alzaba con una majestuosidad indómita, vivían dos criaturas que superaban toda imaginación. Una de ellas, conocida como el Ser Colosal, era una figura legendaria cuyas dimensiones desafiaban cualquier noción de lo posible. Sus pasos hacían temblar la tierra y su sombra podía cubrir un valle entero. La otra, una Bestia de proporciones imponentes, era conocida por su ferocidad y por la inteligencia que brillaba en sus ojos. Estos dos seres, aunque inmensos y poderosos, rara vez se encontraban, pues el vasto reino que habitaban ofrecía más que suficiente espacio para que cada uno pudiera reinar a su manera.
La figura, aunque diminuta en comparación con el Ser Colosal y la Bestia, emanaba una presencia que rivalizaba con la de ambos. Envuelta en un manto de luz que fluía como agua, su apariencia cambiaba constantemente, como si estuviera formada por todas las criaturas y elementos de la tierra y el cielo al mismo tiempo. Era imposible definir su forma, pero algo en su esencia era terriblemente familiar, como si estuviera conectada a todo lo que existía en el reino y más allá.