Hay un tipo especial de alegría al sentarse a disfrutar de una comida sencilla y frugal contigo, hija mía. No se trata de la comida, sino de las risas compartidas, las conversaciones y el vínculo que se fortalece cada día que pasa. Estos momentos, aunque aparentemente ordinarios, son los latidos de mi felicidad.
La felicidad de una madre está profundamente arraigada en la presencia de sus hijos. Se trata de verte crecer, aprender cosas nuevas y ver el mundo a través de tus ojos. Tus sonrisas, tus triunfos, incluso tus pequeños pasos en falso, todos estos son hilos que tejen el rico tapiz de mi alegría.
Tenerte en mi vida es una bendición sin medida. Traes propósito y significado a mis días, llenando mi corazón de amor y alegría. El mero pensamiento de ti me llena de una sensación de paz y satisfacción que nada más puede igualar.
Por eso, cuando me preguntan por mi felicidad, ahora puedo decir con seguridad: está en ti, mi querida hija. Está en los momentos simples y compartidos, el amor que damos y recibimos y la alegría de verte prosperar. Ésta es la verdadera esencia de mi felicidad.